martes, 16 de junio de 2015

Cosas de la negra: Descubrir mi piel

Posted by Stella Microscópica on 6:22 p.m. with No comments
La conciencia de la relevancia del color de mi piel llegó cuando tenía 5 años, un día que mi madre insistentemente escobillaba mis rodillas porque aseguraba que tenía “piñén” y que éste al mismo tiempo no salía. Desde ese momento me daba vergüenza usar cualquier atuendo que mostrara mis piernas porque siempre las veía oscuras y pensaba que los demás niños se burlarían de mí. Un día en uno de los rituales de escobillar hasta que se pusieran rojas, mi padre en un acto de sapiencia señala “no es piñén, es su piel parece” ¿parece? Claramente que era mi piel. El acto de limpiar con fervor mis rodillas sólo evidenciaba el afán por alcanzar que la tez se viera un poco “más clarita”.
¿Cuál era la importancia de tener la piel más clara si de toda la vida me habían dicho “negra” como apodo? Yo asumía que eso de ser piel más oscura era algo “cool” aunque creo que no entendía bien qué significaba realmente, pero en un evento en el kínder,  una niña a la que no le recuerdo ni el nombre, pero sí sus trencitas delgadas en un cabello con ansias de ser rubio me dijo “tú no juegas porque eres negra”. Probablemente mi cara de espanto y de no entender mucho qué pasaba no causó empatía en la niña que se fue jugando con mis supuestas amigas a “la pinta”. Ninguna persona me había dicho “negra” con ese afán de insultarme y de marginarme, yo relacionaba “negra” con ternura y amor, casi como mi segundo nombre.
A mi corta edad comprendí que mi piel era sinónimo de suciedad y que la tez más clara era limpia, a mis padres les parecía que mi piel era sucia cuando frotaban mis rodillas. Así que comencé a lavarme las manos y la cara con jabón más seguido para alcanzar el color de la piel de mi mamá. Lo único que conseguí fue una alergia en el cuello que hacía mi aspecto más alejado de lo que yo entendía por belleza gracias a mis veinte barbies rubias y mis películas imperdibles de Disney y en parte, para no volver a ser discriminada por ser morena.
En una ocasión jugando a las princesas en segundo básico dije que quería ser “Ariel” la sirenita, pero he ahí la obviedad infantil, nuevamente no podía escoger a esa princesa porque al parecer no cumplía con los requisitos mínimos para ser ese personaje, una vez más se reducía no sólo al color de mi piel, sino a mi bella cabellera negro azabache que arruiné a los quince años con blondon y punk color. Resulta que ahora tener el pelo negro también era pecado ¿estaba sucio? Tenía algunos piojos, pero me lavaba el pelo día por medio como recomendó la peluquera. Finalmente debía resignarme: estaba siendo discriminada de manera evidente pero al mismo tiempo de una forma tenue que casi no lo sentía.
Soñaba con ser blanca y de ojos pardo como mi mami, me enojaba con dios (porque en ese tiempo era casi una obligación creer en dios, casi como creer en el viejito pascuero) porque me había hecho morena y fea, ya que nunca se es morena linda, cuando se es niña una es morena y fea casi como un pack de supermercado y, lo peor de todo es que nunca las princesas era morenas, salvo “Pocahontas”, pero era “india” lo que tampoco alentaba mucho socialmente a los 7 años o, Esmeralda del “Jorobado de Notre Dame”, pero era gitana y ladrona lo que la alejaba de mi idea de vivir en la nobleza. En ninguna parte encontraba que el color de mi piel fuese algo bueno, hasta las profecías hablaban que el apocalipsis empezaría con la llegada del papa negro, incluso en las teleseries tan populares del 7 y del 13 no había morenas y si era media morena, era la mala.

En un país donde la mayoría presenta alguna variación de tez morena en su piel, es aquél donde permitimos que se nos diga que nuestro tono es sucio, sinónimo de delincuente, pobre y además, feo. Dejamos que la autoestima se vea disminuida desde temprana edad, porque no somos capaces de dejar de lado el estigma de que ser mulato es sinónimo de esclavo, de criollo, de roto y, vivimos escondidos usando “Tío Nacho” e intentando quitarles el “piñén” a nuestros hijos porque “de dónde va a salir tan negrito”. Cuestionamos la guagua morena, alabamos y buscamos familiares para justificar la rubia con ojos claros. Peor aún, no somos capaces de captar las manifestaciones de violencia simbólica hacia nuestra propia piel, incluso entre los mismos morenos, que generan paleta de colores para desentenderse de la piel más oscura. Pero sí, podemos llorar con un discurso de Martin Luther King o hablar por horas de la discriminación racial hacia los judíos en la segunda guerra y aun así, no tenemos el decoro de observar que entre nosotros mismos seríamos capaces de enviarnos a una campo de concentración con tal de mejorar la raza.